domingo, 17 de junio de 2012

Elma y nuestras amigas



Desde que llegamos, Pancho nos presentó a su hermana Aideé.  Ella tiene un restaurante/tienda donde teníamos pensión.  Su familia es grande y agradable, como todos los habitantes del pueblo.  Salir a la calle, saludar con un grande y sonriente “Buenos Días”, y recibir uno igual de respuesta es lo mejor de estar en este lugar.

Tiene cuatro hijas y un hijito de casi 1 año: Cristina, Robertina, Elma, Rocío y Xenón. 
 

Cristina es la mayor.  Entra a 1ero de Secundaria y está encargada de cuidar a sus hermanas y ayudar a su mamá en lo que necesite dentro del restaurante.
Robertina tiene 8 años y es una pequeña señorita.  Adora usar sus sandalias con tacos.
Elma tiene 7 años y es increíble.  Le encantan caminar descalza y tiene la energía de 400 motores electrógenos prendidos a la vez.  Muy conversadora.
Rocío es pequeñita.  No habla mucho pero nunca se queda atrás en los juegos con sus hermanas.  Alejandra muere por ella.
Xenón es el bebé.  Es muy coqueto, está aprendiendo a hablar y por ratos grita sílabas de algo que todas sus hermanas adoran traducir a oraciones bien formadas. 

Elma se ha hecho muy buena amiga de nosotras.  Hace unos días me llevó al Río Micaela, que está en la parte baja de Bagazán.  También fue con nosotras su amiga Camucha de 12 años que es una niña muy dulce.
Esta parte del río es verdaderamente hermosa.  Aquí normalmente lavan la ropa algunas mujeres y también toma un rico baño todo aquel que pasa por aquí regresando de su chacra, quien no tiene ducha, o que simplemente tiene ganas de un chapuzón.



Le enseñamos a usar la cámara a Elma y Robertina que vinieron a visitarnos una tarde.  Aprendieron rapidísimo.  Su curiosidad hizo que descubrieran funciones de la cámara que no se suele enseñar la primera vez, pero ellas las descubrieron por sí mismas.  No hay día que pase sin que nos pregunten: ¿Hoy vamos a usar la cámara?

Las clases escolares comienzan nuevamente el 1ero de Marzo, así que hasta esa fecha no podremos empezar los talleres con los niños y jóvenes de Bagazán.  No contábamos con las labores de vacaciones que ellos tienen con sus familias: ir a la chacra y ayudar en los quehaceres.

El tiempo se acorta y esperamos poder terminar con las actividades propuestas para esta primera etapa.

El Paraíso en mi Ventana


Era un Jueves (tal vez Viernes, esos días fueron confusos) cuando le dije a Karla que iba con ella a Bagazán. El Sábado le conté a mi papá, el Domingo lo asimilé, el Lunes compré esas cosas que uno siempre deja para último minuto (demasiado repelente, toallitas húmedas hasta por gusto y una cantidad excesiva de barras energéticas) y el Martes ya me encontraba camino a La Esperanza. El viaje fue largo y no oriné ni una sola vez. 

La bienvenida fue linda. Me quedé ahí sólo tres días. Lavé platos, comí rico, tomé vino, pasé datos, escuché Nubeluz, vi monos, fui un mono, busqué un perro, me llené de pulgas y conocí gente que, además de hacerme sentir bastante cuerda, me hizo sentir en casa. Recuerdo que la última noche sentí que podría vivir ahí toda la vida.

Llegamos a Bagazán el Martes. Habíamos pasado dos noches en Tarapoto y una en Juanjui para asegurarnos de tener todo lo necesario para nosotras y los talleres: cartulinas, lapiceros, plumones, hojas, una pizarra, un motor, gasolina, una olla, papel higiénico, pringles de queso, galletas y varias botellas de agua. Las pringles de queso nunca llegaron a Bagazán. 




El paisaje es perfecto. En serio. La camioneta nos dejó en la parte alta de Bagazán, lo suficientemente cerca de un árbol para poder esperar en la sombra y no desmayarnos. Mi agua estaba caliente. Felizmente, casi no hubo espera. Pancho, uno de los miembros de la Asociación de Conservación, nos recibió en nombre de Segundo, el presidente de la Asociación. Nos ayudó a cargar las mochilas y el motor y nos llevó a su casa para descansar.

Ya estaba sentada dentro de la casa. Trataba de acariciar al perro que entró a olernos, pero estaba demasiado atontada como para moverme. No corría viento. Karla hablaba con Pancho. No dejaba de sudar. Me quedé sentada y miré por la ventana. Pensé en mi casa de Lima y me sentí feliz porque ya no veía edificios. Sólo puede ver el paraíso.


Escrito por Alejandra después de su experiencia en Bagazán.