domingo, 17 de junio de 2012

El Paraíso en mi Ventana


Era un Jueves (tal vez Viernes, esos días fueron confusos) cuando le dije a Karla que iba con ella a Bagazán. El Sábado le conté a mi papá, el Domingo lo asimilé, el Lunes compré esas cosas que uno siempre deja para último minuto (demasiado repelente, toallitas húmedas hasta por gusto y una cantidad excesiva de barras energéticas) y el Martes ya me encontraba camino a La Esperanza. El viaje fue largo y no oriné ni una sola vez. 

La bienvenida fue linda. Me quedé ahí sólo tres días. Lavé platos, comí rico, tomé vino, pasé datos, escuché Nubeluz, vi monos, fui un mono, busqué un perro, me llené de pulgas y conocí gente que, además de hacerme sentir bastante cuerda, me hizo sentir en casa. Recuerdo que la última noche sentí que podría vivir ahí toda la vida.

Llegamos a Bagazán el Martes. Habíamos pasado dos noches en Tarapoto y una en Juanjui para asegurarnos de tener todo lo necesario para nosotras y los talleres: cartulinas, lapiceros, plumones, hojas, una pizarra, un motor, gasolina, una olla, papel higiénico, pringles de queso, galletas y varias botellas de agua. Las pringles de queso nunca llegaron a Bagazán. 




El paisaje es perfecto. En serio. La camioneta nos dejó en la parte alta de Bagazán, lo suficientemente cerca de un árbol para poder esperar en la sombra y no desmayarnos. Mi agua estaba caliente. Felizmente, casi no hubo espera. Pancho, uno de los miembros de la Asociación de Conservación, nos recibió en nombre de Segundo, el presidente de la Asociación. Nos ayudó a cargar las mochilas y el motor y nos llevó a su casa para descansar.

Ya estaba sentada dentro de la casa. Trataba de acariciar al perro que entró a olernos, pero estaba demasiado atontada como para moverme. No corría viento. Karla hablaba con Pancho. No dejaba de sudar. Me quedé sentada y miré por la ventana. Pensé en mi casa de Lima y me sentí feliz porque ya no veía edificios. Sólo puede ver el paraíso.


Escrito por Alejandra después de su experiencia en Bagazán.

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